
Dictantes: María Cristina De Biasi - Silvia Szuman - Marcelo Rapoport.
Continuar investigando en torno al denominado “campo paranoico de las psicosis” es nuestra propuesta para el período 2007. La cuestión de la escritura en la psicosis, la folie à deux, las intrincadas y diversas aristas del pasaje al acto, la pregunta por la esquizofrenia serán, entre otras, algunas de las problemáticas cuyas vías, abiertas por el trabajo del año anterior, invitamos a seguir abordando.
Continuamos, por tanto, ahondando en la investigación de las diferentes estructuras clínicas, tal como fue nuestra propuesta inicial al comenzar esta experiencia de transmisión e interlocución en el año 2004.
Seguiremos este año investigando en torno al denominado “campo paranoico de las psicosis”. La cuestión de la escritura en la psicosis, la folie à deux, las intrincadas y diversas aristas del pasaje al acto – y, en particular, del acto loco homicida-, la pregunta por la esquizofrenia, serán entre otras, algunas de las problemáticas cuyas vías, abiertas por el trabajo de este año, invitamos a seguir abordando.
A mitad de año realizaremos una Jornada Clínica cuyas presentaciones estarán a cargo de participantes del Seminario. Actividad cuya finalidad es la de propiciar un espacio en el cual, quienes así lo deseen, puedan hacer escuchar fragmentos de su clínica y proponerlos a la interlocución.
Tal como lo venimos haciendo, el Seminario desarrollará también otras actividades relacionadas con el mismo. Es así que se realizará, en los meses de agosto y septiembre, un ciclo de cine y, una vez concluido el mismo, una mesa redonda. Continuaremos con el tema del acto loco homicida.
PROGRAMA 2007
-"La vida sexual humana", Freud.
M.C.De Biasi, Presentación Clìnica: Fragmentos clínicos correspondientes a la reunión del 14/4 (“La transferencia en la psicosis”).
La transferencia: una forma particular de la resistencia….
Abordamos el tema de la transferencia en la psicosis comenzando, durante la primera parte de nuestra reunión, articulando los conceptos que permiten ir hilvanando su lógica en el campo de la neurosis. Precisamente, para dar cuenta de la inutilidad de trasladar el modelo de la transferencia en las neurosis al campo de las psicosis.
Dice Lacan, en referencia a la instauración del espacio transferencial en la neurosis, que el sujeto no teme tanto encontrarse con un Otro engañador, más bien: “lo que más limita la confianza del paciente, su entrega a la regla analítica, es la amenaza de que el psicoanalista se deje engañar por él”. Que se deje engañar por lo que articula su demanda. Algo allí resiste.
La pregunta que hilvanó nuestro recorrido fue: ¿qué es aquello que resiste?
Abordamos la transferencia por la punta conceptual de la resistencia. Examinamos por tanto las dos concepciones que podemos encontrar en Freud sobre la resistencia, solidarias al mismo tiempo de dos concepciones diferentes de la transferencia que se pueden desprender de sus recorridos textuales.
Una de estas concepciones es la que opone la resistencia a la transferencia, y vimos cómo, a través de ella, la transferencia queda asimilada a la sugestión. Decía Freud en una reunión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena que si el paciente vence las resistencias y acepta nuestra interpretación para complacernos, entonces nuestras curas son curas de amor, y la analogía con las curas hipnóticas se torna patente.
Sin embargo, otra concepción de la resistencia cobra cuerpo en sus Escritos técnicos, en los cuales serán retomadas ciertas articulaciones que él ya había introducido en Psicoterapia de la histeria. Y esta otra concepción tendrá consecuencias decisivas al permitir situar la transferencia como una forma particular de la resistencia. Será esta vía la que Lacan retomará en su forjamiento del concepto de transferencia, y que permitirá despejar su diferencia radical con la sugestión.
El amor de transferencia ya no será aquello que permite vencer la resistencia, sino la resistencia misma por la que despunta la transferencia. Pero ¿qué hay detrás del amor de transferencia -por donde el analista es convocado a ocupar el lugar del ideal del yo-?
Freud teorizará en torno al amor –y, por tanto, al amor de transferencia-, ubicándolo en relación al campo del narcisismo. Destacará el proceso de idealización en el amor, por el cual el objeto (amoroso, en principio) tiende a ubicarse en el lugar del ideal del yo. En el extremo de este proceso se encuentran ciertos fenómenos que él pondrá en serie: la hipnosis, la masa, el enamoramiento, los cuales se sitúan en relación a un mismo punto en la estructura: allí donde el objeto coincide con el ideal del yo (el objeto x en el esquema de Freud de Psicología de las masas). En ese punto no hay resistencia.
Sin embargo la sugestión más lograda no logrará nunca apoderarse totalmente del sujeto. ¿qué resiste allí?. Lo que resiste es el deseo –dice Lacan- y, agreguemos, ese lugar por donde el deseo se regula imaginariamente: el fantasma. Regulación, por cierto, fálica.
Sólo una teoría del fantasma puede dar cuenta de la transferencia…
Se pondrá en juego en el fantasma una identificación muy particular. De esta identificación hablará Lacan en La Dirección de la cura cuando plantee en relación al objeto parcial que el sujeto es dicho objeto en la fantasía fundamental. Y esta identificación subyace o está vehiculizada por los significantes “regresivos” de la demanda -en análisis-.
Dos articulaciones novedosas despuntan en este último texto: la identificación del sujeto al objeto parcial y la noción deseo del analista. Y será precisamente en la confluencia de estas dos articulaciones que una teoría del fantasma comienza a esbozarse, adquiriendo progresivamente otros desarrollos que permitirán situar su lógica.
La teoría del fantasma en Lacan nos permite operar una lectura sobre qué es aquello que, a nivel de la estructura, está en juego en la idealización del amor. Por donde se vislumbrará que detrás del amor de transferencia lo que hay es la sujeción del deseo del paciente al deseo del analista.
Por tanto, ese punto ideal en el campo del Otro desde donde el sujeto busca verse como amable – “proponiéndole al analista, consigo mismo, esa falsedad esencial que es el amor”-, allí donde el analista es convocado al lugar del ideal del yo, está sostenido -en otra parte- por esta particular identificación al objeto.
Dicha identificación es la que abre (y no que cierra) la secuencia de la transferencia. La transferencia se genera a partir del momento en que, como respuesta al che vuoi?, al deseo del Otro, el sujeto empiece a poner en juego estos objetos que él es en la fantasía fundamental y que suponen ya una interpretación del deseo del Otro –traducido como demanda-. Identificación no especular. Estas respuestas constituyen un saber del que no dispone el sujeto, forjado a sus espaldas, y que retornará en la figura del sujeto supuesto (al) saber atribuido al analista.
El analista es convocado al lugar del sujeto supuesto (al) saber en la medida misma en que él es el objeto de la transferencia, por donde el sujeto vehiculizará su pregunta en torno a qué objeto es él en el deseo del Otro. Lo que el sujeto interroga, sin saberlo, son sus propias respuestas fantasmáticas al deseo del Otro que lo han constituido a él mismo en tanto deseante. En el encuentro amoroso esta pregunta permanece velada.
Recorrimos en este punto la demanda de Alcibíades hacia Sócrates; y el lugar de Sócrates quien, al no entrar en el simulacro de lo amable, se convierte para Alcibíades en el objeto más enigmático: el agalma. Lacan descubre en el agalma el brillo fálico del objeto parcial-. Alcibíades quiere obtener de Sócrates su saber sobre esos agalmas que, en verdad, él ha puesto en Sócrates. Manteniendo esta x –Sócrates no da los signos de su deseo-, que es la función misma del deseo del analista, se podrá entonces interrogar la transferencia.
Enlazamos esta dialéctica identificatoria que se pone en juego en el espacio analítico a las operaciones de alienación y separación, las cuales darán su fundamento a la lógica del fantasma. Operaciones cuya articulación supone la eficacia de la metáfora paterna: instancia de la letra en el inconciente, que abre al juego de la significación en el fantasma. La operación de la metáfora paterna implica que la falta en ser constitutiva de todo sujeto se ha inscripto como falta en ser el falo materno: el agujero de la falta en ser se ha simbolizado como castración - –Fi indica lo que faltará siempre en el ser-. Y, consiguientemente, el movimiento de la significación se orientará fálicamente.
La paradoja del deseo o “lo que resiste es el fantasma”…
Ahora bien, lo que el sujeto introduce con su demanda al analista –demanda en cuyo horizonte está siempre la demanda de amor- no es sino la paradoja del deseo, por donde este último resiste a ser asimilado a la Demanda. Por esta vía retomamos nuestro punto de partida: más allá de la dimensión de engaño que se introduce por la vía del amor de transferencia, persiste en el sujeto la amenaza de que el analista se deje engañar por lo que se articula en su demanda.
El fantasma de seducción nos sirvió de ejemplo para situar precisamente cómo el sujeto cuando goza de esa particular manera en realidad lo que hace es retroceder ante la supuesta Demanda del Otro. El fantasma se construye en esta tensión entre la demanda y el deseo. Entre lo articulable del deseo en la demanda y lo no articulado. El deseo en definitiva –inconciente e indestructible- a lo que resiste es a ser asimilado a la Demanda –la del propio sujeto en su anudamiento a la demanda del Otro-.
Y en este punto paradojal del deseo se construye el síntoma en análisis. Vimos a través de un fragmento clínico cómo un determinado síntoma, articulándose en la dimensión equívoca del significante, promovía una apertura al fantasma en el cual arraigaba. Apertura y cierre, por cierto, que hay que situar en términos de la pulsación temporal del inconciente.
Una neurosis está construida –dice Lacan- para mantener algo articulado que se llama deseo. La fijación (al objeto pulsional en el fantasma) intenta retener algo que de otro modo escaparía -y esto da cuenta de las dificultades del sujeto con su deseo-. “Mantenimiento del deseo gracias al cual el sujeto está dividido; y si ya no es un sujeto dividido, está loco”.
Lo que se entre-dice en la demanda (desde la paradoja del deseo que la constituye) requiere una lectura y apunta al tercero oyente en que me constituyo -en tanto analista-, desmarcándome del lugar del ideal del yo al que fui convocado.
El sujeto –sin saberlo- tapizará el camino del amor de transferencia con sus sucesivos agalmas: respuestas interpretativas en relación al deseo del Otro tendientes a taponar su falta. Pero, y al mismo tiempo, el deseo resiste a ser asimilado a la Demanda. Agalmas –objeto parcial en el fantasma- que mantienen al tiempo que velan la falta en ser constituyente. El analista allí, al igual que Sócrates, ofrece su silencio. Apuntando por tanto, en el límite de su acto, a cierto develamiento de la falta en ser más allá de sus recubrimientos agalmáticos.
¿Con qué responde entonces el analista a la transferencia? Con el deseo del analista definido única y esencialmente por el mantenimiento de esa x, de esa incógnita, que lo constituye como tal. La maniobra fundamental del analista consiste en mantener la distancia entre ese punto I –a partir del cual es convocado al lugar del ideal del yo- y ese otro punto donde el sujeto se ve causado como carencia -falta en ser constituyente- por el objeto que Lacan llamará a. Maniobra que lo distinguirá definitivamente de toda sugestión.
2- LA TRANSFERENCIA EN LA PSICOSIS
La paranoia fragmenta, des-potencia…
Precisamos en esta segunda parte del recorrido nuestra pregunta. Si el sujeto en la psicosis –el cual se localiza a través de sus síntomas- supone que ciertos elementos de estructura no estarán en función, dada la forclusión del nombre del padre; entonces, cabe que nos preguntemos cómo se posicionará el psicótico en relación al Otro y qué lugar nos espera en la transferencia. ¿qué Otro, en definitiva, está en juego?
Para Freud no hay transferencia en la psicosis. Sin embargo, sus diferentes textos respecto de la psicosis no dejan de aportarnos cuestiones claves para entender, en todo caso, de qué transferencia se trata en la psicosis. Hicimos una lectura de una nota en el texto sobre Schreber donde Freud no puede dejar de situar ese Otro en juego en la psicosis como revestido de un poder absoluto. Poder de goce sobre el sujeto, si seguimos el mismo texto de Schreber. Al mismo tiempo, y reparando sobre el mecanismo de des-multiplicación de las figuras en el delirio de Schreber, él lo explicará como tendiente a des-potenciar la extrema sustantividad que ha alcanzado la figura del médico para el psicótico. Freud, allí mismo, contrapone la labor del delirio y la de la fantasía en la neurosis.
Por tanto, nuestra lectura de dicha nota nos permitió situar las dos coordenadas fundamentales que nos introducen a un planteamiento posible de la transferencia en la psicosis: la extrema sustantividad del Otro y el trabajo del delirio tendiente a acotar esta potencia, a des-potenciar.
El psicótico resiste mal a la transferencia…
Partimos entonces de este poder atribuido a un Otro, poder de goce sobre el sujeto. Czermak decía que, contrariamente a lo que Freud sostenía en cuanto a que no hay transferencia en la psicosis, el psicótico resiste mal a la transferencia, queda tomado –tragado- por ella, y por el poder atribuido al Otro.
Lo cual nos re-envía a nuestra afirmación acerca de la transferencia como una forma particular de la resistencia en la neurosis, y a establecer una primer diferencia respecto del sujeto psicótico. Lo que resiste -decíamos antes- es el fantasma, y vimos allí cómo dicha resistencia pone en juego también una forma particular de defensa del deseo a ser asimilado a una demanda; y es en esa vía particular de la resistencia que se estructura la transferencia en la neurosis. Ubicamos en el fantasma dicho factor de resistencia que modula la demanda transferencial de una determinada manera en la neurosis. En la psicosis, en cambio, ese factor de resistencia no está en función, no está operando en la demanda dirigida al Otro.
La forclusión del nombre del padre implica precisamente que la marca fálica no está en función, con lo cual todos los elementos de estructura que estamos analizando se verán trastrocados.
En tanto la falta en ser del sujeto no es simbolizada como castración las operaciones que dan lugar a la constitución del fantasma –alienación y separación- no se pondrán en juego. La falta en ser no será simbolizada como falta en ser el falo materno y, en consecuencia, la significación carecerá de orientación fálica.
El sujeto en la neurosis cree en el Otro. Su búsqueda está suspendida del deseo del Otro. Cree, supone, que hay un sujeto en el lugar del saber en torno al deseo. El psicótico no cree en el Otro. Freud sitúa precisamente “la desconfianza” como el síntoma primario en la paranoia. No debemos confundir, entonces, la sustantividad que el Otro tiene para el psicótico con la creencia en un Otro, al que se le presta acuerdo y fe.
En el sujeto psicótico no hay esta suposición de un sujeto en relación al saber en cuanto al deseo, hay por el contrario una certeza: que el Otro quiere gozar de él, que el Otro goza de él. Del lado del Otro hay un saber absoluto respecto del goce -en relación a su goce- y la certeza del sujeto psicótico es que él es el objeto absoluto de este goce.
Correlativamente el objeto a no está en el campo del Otro articulándose a la falta en ser del sujeto. Como dice Lacan el psicótico tiene el objeto a en el bolsillo, siempre presto a ponerlo-se en juego en relación al goce del Otro. Que el sujeto psicótico, sólo reconocible a través de sus síntomas, esté habitado por voces, cuando no invadido por presencias o por una mirada de la que no puede sustraerse, nos habla en verdad de la no sustracción del objeto a, ni como una parte perdida de sí mismo, ni como representante de su falta en ser o del deseo del Otro. Nos habla de la no caída del objeto a, como resto de la operación que se produce en el encuentro del sujeto con el deseo del Otro. No cumplirá su función de núcleo elaborable del goce en la regulación fantasmática del deseo.
La defensa psicótica no es el fantasma neurótico. El trabajo del delirio…
Seguramente estamos tentados de parangonar la función del fantasma en la neurosis con el delirio en la psicosis. Pero, precisamente la resistencia neurótica no es la defensa psicótica. Como hemos visto la dimensión del fantasma en la neurosis se articula, en el trabajo analítico, a la dimensión de la equivocidad significante del inconciente –formaciones del inconciente-. En la psicosis esta equivocidad está estructuralmente ausente. Baste recordar “Las neuropsicosis de defensa…” donde Freud sitúa la proyección en la paranoia. Son los propios pensamientos del sujeto los que se escuchan en las voces como proviniendo del Otro. La fuente de enunciación es radicalmente expulsada hacia fuera, es puesta en el Otro, el cual a partir de allí se constituye en persecutorio.
Esta proyección supone entonces no un sujeto divido en su palabra, en cuyos enunciados se denuncia una enunciación, sino un sujeto que es hablado en el Otro, por el Otro, en esas voces que le hablan al sujeto. La equivocidad significante en la neurosis supone un sujeto no sustancializado y que sólo puede ser representado por un significante para otro significante. Espaciamiento significante que es también una apertura al fantasma.
En la psicosis la proyección de la fuente de enunciación en el Otro producirá un sujeto no dividido en este espaciamiento significante y representado por él. Incluido en el Otro, gozado por el Otro, sus enunciados tienden a holofrasearse. Fracaso de la división del sujeto y de su coordinación con el objeto.
En su Introducción a la versión francesa de las Memorias del presidente Schreber Lacan diferencia el sujeto del significante refiriéndolo a la neurosis, del sujeto del goce que está en juego en la psicosis.
Será precisamente en relación a la perplejidad inicial –vacío de significación- que el trabajo del delirio tendrá una función de defensa y de restitución, intentando significantizar el goce deslocalizado. En este sentido, como dice C. Soler, hay que distinguir al psicótico “mártir del inconciente” –expresión de Lacan en el seminario III- del psicótico trabajador y donde la eficacia del sujeto se evidencia en ese trabajo de auto-elaboración implicado en el delirio.
Decíamos recién que la resistencia neurótica no es la defensa psicótica. Mientras el fantasma supone una resistencia del deseo a ser asimilado a la demanda y es con esto con lo que trabaja un psicoanálisis haciendo caer en el límite de su acto a ese sujeto supuesto al saber; el delirio no modifica la certeza del sujeto sino que trabaja desde ella acotando o intentando acotar el goce deslocalizado, a través de un trabajo de significantización. La significantización acota el goce del Otro del que está cierto el psicótico, sin erradicar la certeza misma.
La erotomanía de transferencia…
Cuando Lacan sitúa el sujeto del goce en relación a la psicosis va a situar también como la problemática central del tratamiento la erotomanía de transferencia. Podemos decir que es la forma que adopta el amor en la transferencia en juego en la psicosis. Pero una vez más nada tiene que ver este amor con el amor de transferencia en la neurosis.
Se trata en la psicosis, dice Lacan, de un amor muerto. Y mortificante: la erotomanía divina de Schreber se vinculaba a un dios –Otro absoluto- que sólo sabía tratar con cadáveres.
La erotomanía que puede ser predominante o no en la transferencia en la psicosis se opone punto por punto al amor de transferencia en la neurosis. Señalemos fundamentalmente dos cuestiones. En primer lugar, se trata en la erotomanía de un “yo lo amo, porque él –o ella- me ama”, si tenemos en cuenta las reversiones gramaticales en el delirio tal como las plantea Freud. Y, en segundo lugar, el postulado erotomaníaco -según de Clerambault- va a sufrir una evolución que desemboca en desengaño y el consecuente odio que convierte al Otro –primeramente amado- en un perseguidor. El destino entonces de la erotomanía no es ajeno a la persecución.
Abordamos también la diferencia entre esta erotomanía de transferencia y la erotomanía en tanto puede ir constituyendo la trama de una metáfora delirante en la cual la significación logra cierta suplencia de la significación fálica ausente. Podemos recordar acá lo que Lacan llama la erotomanía divina en Schreber y, más precisamente, en relación a un cierto momento de apaciguamiento cuando se constituye esta meta, diferida ad infinitum, de ser la mujer de Dios como principio ordenador del universo. El delirio acá logra, aunque sea momentáneamente, cumplir una función restitutiva.
Tenemos por un lado, entonces, el trabajo de la psicosis tendiente a significantizar –localizar- el goce del Otro, y la consecuente posibilidad de que este trabajo –que también puede ser solitario- se inserte en un espacio de escucha analítica; y, por otro, cierta inevitabilidad de la erotomanía de transferencia en el trabajo con pacientes psicóticos. Podemos acá situar la primera vía como posibilitante de un trabajo con el paciente psicótico, mientras que la segunda puede transformarse en su mayor obstáculo.
Las dos vías posibles para situar al Otro en la transferencia psicótica…
Vemos entonces que dos son las vías posibles – a grandes rasgos- para un Otro posible en la transferencia en la psicosis. Estas dos vías, que Maleval sitúa muy claramente a partir de los aportes iniciales de M. Silvestre y de las precisas elaboraciones de Colette Soler al respecto, pueden definirse según el esquema que Lacan construyó en “De una cuestión preliminar…” para situar la estructura. El Esquema R y el esquema I que sitúa esos mismos términos de la estructura pero cuando no ha operado la función paterna.
En el Esquema R los tres vértices del triángulo simbólico vienen a situar tres lugares distintos del Otro. No es lo mismo M en tanto significante del objeto primordial, que I como ideal del yo y que P en tanto el nombre del padre en el lugar del Otro. El esquema I viene a indicar cómo en este punto donde no está en función el nombre del padre, el vértice correspondiente a este último se aplana, se pliega sobre este otro vértice que es el ideal del yo. Quedando entonces M e I como los dos lugares posibles para el Otro en la transferencia.
Antes de ceñir más específicamente estos dos lugares recorrimos algunas precisiones realizadas por C. Soler.
Ella nos dice que se le ofrece al analista el sitial del perseguidor, del que sabe y al mismo tiempo goza. Quedará así situado como un Otro al que se le atribuirá un saber sobre el goce, demandándole en consecuencia que haga de oráculo o que legisle. Si el analista se instala allí sobreviene o más bien se confirma una erotomanía mortífera.
El silencio de abstención cuando el analista es solicitado en este lugar, es una negativa a predicar sobre el ser del sujeto –en el sentido de un “tú eres…” o lo que está en su lugar-, dejando el campo abierto a la construcción del delirio. Es un abstenerse de la respuesta cuando en la relación dual se llama al analista a suplir para el sujeto, por medio de su decir, el vacío de la forclusión y a llenar este vacío con sus imperativos. Abstención que le permitirá ocupar el lugar de testigo, al que se le supone no saber, no gozar.
Claro que cuando la erotomanía mortífera ha entrado en la escena de la transferencia de un modo predominante el lugar de testigo no será suficiente para contrarrestarla.
Colette Soler propondrá dos tipos de intervenciones: la primera quedará definida entonces por la abstención a esa solicitación a responder como oráculo o legislador y, en ese sentido, podrá ubicarse como testigo; y el segundo modo de intervención apuntaría a cierta orientación de goce, intervenciones tendientes a acotar, a construir cierta barrera al goce.
Maleval va a situar, según el esquema I, los dos polos simbólicos a partir de los cuales el psicótico puede proceder a una reconstrucción de la realidad, teniendo en cuenta el pedido que pueda dirigirnos. En uno de ellos: I, ideal del yo donde el sujeto apela “a significantes adecuados para organizar el trastorno de su mundo”; en el otro, M, “el significante del objeto primordial”, donde existe el riesgo de que se manifieste el deseo del Otro. De lo que se trataría entonces es de evitar consolidar la posición del analista en M, lugar en el cual se desataría o confirmaría una erotomanía mortificante.
Podríamos decir que, contra-restando toda posición del analista en M, los distintos modos de intervención del analista planteados por Soler decantan hacia I (ya sea el silencio testigo, como el apuntalamiento del límite).
Diferenciar estos dos lugares como destinos posibles para el analista en la transferencia en la psicosis tiene una cierta correspondencia -o correlato- con esta otra distinción: que el analista esté incluido en el delirio o que no lo esté. Los fragmentos clínicos que voy a comentar ponen en juego esta correlación.
En cuanto al primer caso –una mujer que llamaremos Sonia-, mi lugar se jugó casi por completo en M al tiempo que me incluía en su delirio. Un delirio deshilachado, no sistematizado, con tintes decididamente persecutorios y erotomaníacos. Oscilando –sin dialéctica-, veremos cómo, de un otro especular a un Otro gozador, como lugares que me eran destinados, casi sin margen de maniobra posible.
En el segundo caso -sujeto al que llamaremos José Luis- mi lugar fue radicalmente distinto y de entrada también el margen de maniobra. Decantándose más mi posición hacia I. Correlativamente no estaba yo incluida en su delirio en términos de su Otro persecutorio o su Otro de la erotomanía. Mientras él podía entrar –por ejemplo- en ciertos diálogos alucinatorios con estos Otros, yo permanecía como un testigo a quien se le pedía una escucha, a quien contarle esto que alucinatoriamente se le imponía. Silencio testigo que posibilitaba, al menos en parte, velar o enmascarar el enigma angustiante del goce del Otro.
Actividad aprobada por la Comisión de Evaluación de Programas de Formación del Colegio de Psicólogos, de la 2da. Circ. (Pcia. de Santa Fe)Actividad anual Lugar: Colegio de Psicólogos - Dorrego 423 - Rosario
E-Mail: crisdebiasi@yahoo.com.ar debiasicristina@gmail.com
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